El caballo y los ricos bordados que lucirá se prepara durante todo el año, pero el día culminante es el 2 de Mayo, cuando los caballos son subidos por sus cuadrillas a la carrera hasta el castillo.
Los orígenes de la fiesta se pierden en la nebulosa del tiempo fundiéndose entre la historia y la leyenda. Según la tradición popular, estando sitiada la fortaleza templaria de Caravaca por los moros granadinos, hacia 1250 y necesitando los moradores de la misma agua para abastecerse, un grupo de valerosos caballeros templarios atravesaron el sitio musulmán, con el consiguiente riesgo que ello entrañaba, y cargando pellejos de vino a lomo de sus corceles, al no poder conseguir agua, en el Campillo de los Caballeros, volvieron de nuevo, en veloz y espectacular carrera, a burlar el cerco enemigo para llevar el líquido elemento al defensor del Castillo, donde ya se guardaba, desde 1231, la Reliquia de la Stma. Cruz. Al llegar fueron recibidos con el consiguiente alborozo, ofreciendo y ataviando las mujeres a los mozos y a los caballos con ricos mantos bordados y ramilletes de flores.
Desde la Edad Media, con más o menos esplendor, según las épocas, se viene celebrando anualmente la efemérides. Sin embargo es en el S. XVIII, durante pleno Barroco, cuando la fiesta comienza a configurarse como tal, y durante el Romanticismo Decimónico cuando alcanza la estructura lúdica que hoy tiene.
Los caballos del Vino comienzan de madrugada con el lavado y enjaezamiento del caballo, en más de cuarenta lugares diferentes de la ciudad. Pocos espectadores, lo más vinculados a las peñas o familia, tienen el privilegio de asistir a la ceremonia.
Con las primeras luces matinales el grupo (formado por el caballo y cuatro caballistas), se dispone a reconocer las calles que pocas horas después constituirán el escenario del espectáculo. Veloces carreras comienzan a conseguir adeptos que ya no abandonarán a la peña en todo el discurrir del festejo.
El desfile de los Caballos del Vino comienza a las 8 de la mañana y parte de la Plaza Nueva y Plaza del Arco, donde previamente se han concentrado las peñas y los bandos Moro y Cristiano que preceden a los múltiples caballos que toman parte en el mismo.Desde aquí, el desfile transcurre por la Gran Vía hasta la Glorieta y el Templete, siguiendo a cada caballo una Peña (grupo de amigos que trabajan durante todo el año para conseguir hacer el manto que luego lucirá el caballo) que se va nutriendo de espontáneos hasta el Bañadero, donde tiene lugar la Misa de Aparición (momento en que se rememora la Aparición Milagrosa de la Cruz).
Hasta que el espectáculo de luz y color se pone de nuevo en movimiento, en forma de río humano de entusiasmo, por las calles que conducen al Castillo Santuario de la Vera Cruz. Es la Procesión de la Alegría, en la que los Grupos cristianos y Kábilas moras compiten en un derroche de música festera, e himnos locales, con el cascabeleo peculiar de los caballos, que levantan polvaredas de fervor, y con las autoridades al frente portando la gran bandeja de flores que las manos de las Monjas Carmelitas han preparado para la Cruz.
Poco después, mientras al pie de la cuesta, en la falda de la muralla, se prepara la prueba de fuego caballista, tiene lugar en el interior del Santuario, el barroco y litúrgico ceremonial del Baño del Vino y Bendición de las Flores. Y es entonces cuando el espectáculo se consuma en la Cuesta; cuando la fuerza de la bestia y el hombre se funden para lograr el triunfo, y cuando sólo un premio, “el primero”, cuenta ante todo y sobre todo. “El primero” en la carrera y “el primero” en el vestir (enjaezamiento). |